Situada en el top ten de falsas creencias está la idea de que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro. De ahí que la pregunta sea inmediata: ¿Qué pasaría entonces si utilizáramos el 100%? Pues en realidad nada, porque ya lo usamos. Otra cosa es que algunas personas le saquen mayor rendimiento que otras.
De hecho el faso mito del 10% podría tener su origen, paradójicamente, en algo que escribió William James, considerado el padre de la Psicología en Estados Unidos, y una de las figuras más influyentes en esta disciplina en todo el mundo.
James escribió que la mayoría de las personas solo sacan partido de una pequeña parte de su potencial intelectual. Pero varios autores de libros de divulgación tergiversaron sus palabras. Uno de ellos fue Lowell Thomas, que en 1936 prologó el best seller «Cómo ganar amigos e influir sobre las personas», donde se decía que solo utilizamos un 10% del cerebro, según explicaban en Investigación y Ciencia Scott Lilienfeld y Hal Arkowitz, psicólogos de las Universidades de Emory y Arizona, respectivamente.
A favor de la idea del uso del 10% algunos estudios de finales del siglos pasado sugerían que una gran parte de la corteza cerebral permanecía «silenciosa». Pero el avance de las técnicas utilizadas en Neurociencia acabó con esa idea. La gran parte silenciosa era lo que hoy se conoce como cortezas de asociación, que en realidad juegan un papel esencial en la integración de las percepciones procedentes de distintos sentidos, las emociones y los pensamientos.
Otra prueba en contra de esa falsa creencia. A diferencia de lo que a principios del siglo pasado se creía, no existen zonas del cerebro donde una lesión no acarree ningún daño. Por tanto cada región del cerebro cumple su función.
La «cartografía» del cerebro también se pone en contra de la teoría del 10%. En los últimos diez años, la neurociencia ha avanzado más que en los veinte siglos previos. En la actualidad, existen mapas bastante completos del cerebro y en ninguno de ellos aparecen zonas a las que no se atribuya ninguna función. Es más, en los mapas más recientes se duplica o incluso triplica el número de regiones a las que se atribuye una función específica… Uno de los más recientes, el llamado » brainetoma», basado en las conexiones cerebrales, considera más de 200 regiones, que están en constante actualización.
Pero quizás las pruebas más concluyentes sean las de neuroimagen, pues, como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras: Cuando se observa el cerebro mediante resonancia magnética, ninguna zona del cerebro permanece inactiva, ni siquiera mientras dormimos. Es más, durante el sueño el cerebro lleva a cabo tareas tan importantes como consolidar la memoria.
Si las evidencias científicas no bastan, la economía también desmiente esa afirmación. Nuestro cerebro, con su kilo y medio, supone aproximadamente un 2% del peso corporal. Sin embargo, su consumo energético es desmesurado: el 20% -la quinta parte- de la energía de todo el organismo. Mantener el 90% de las neuronas inactivas sería un coste inmenso desde el punto de vista evolutivo. En la evolución prima la economía…
Sin embargo hay una cuestión intrigante e interesante: Se ha demostrado que las personas más inteligentes tienen una actividad cerebral por debajo de la media. Lo que sugiere que sus circuitos cerebrales son más eficientes y necesitan poner en juego menos «recursos» que el resto. Así que el 90% que según este falso mito dejamos de utilizar tampoco nos garantizaría ser más inteligentes y capaces. A veces, menos es más…
En lo que sí podemos mejorar es en el uso de nuestra capacidad intelectual, como apuntaba James. Eso fue lo que hizo Einstein mientras trabajaba como empleado en una oficina de patentes. El trabajo no debía ser muy divertido. Por eso su maquinaria cerebral se evadía «gestando» la teoría de la relatividad que le dio fama, aunque no el Nobel.
Y es que, como decía irónicamente el poeta Robert Frost: «El cerebro es un órgano maravilloso. Comienza a funcionar por la mañana y no para hasta que uno llega al trabajo».
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