Una de las particularidades del cómic es que, luego de asimilado, ciertos aspectos se asumen sin cuestionamiento. Por ejemplo: Batman es un héroe (o vigilante) que utiliza su temor como símbolo para combatir e intimidar criminales y fue el asesinato de sus padres lo que ocasionó el quiebre que lo convirtió en The Dark Knight. Ahora bien, jamás indagamos demasiado en qué fue lo que sucedió en su interior aquel día, o que es lo que sucede ahora mismo; ni tampoco cuestionamos si realmente es correcto el camino que eligió, ni sus métodos, ni la lógica detrás de la supuesta justicia; asumimos que es bueno y aceptamos que es el héroe.
De igual manera, en el otro polo de la moral, los lectores asumimos que Joker es un loco sin cura y el psicótico más peligroso del mundo; pero ¿realmente es así?
Si bien existen tantos Joker como guionistas involucrados, utilizaremos la versión más popularizada del personaje, la cual padece de varios trastornos:
Trastorno de personalidad antisocial (también conocido como sociopatía): se caracteriza por la incapacidad para adaptarse a las normas sociales, leyes y derechos individuales. Sus pensamientos están dirigidos por la forma en la que pueden conseguir sus objetivos inmediatos y no pueden ponerse en el lugar del otro.
Además, posee trastorno obsesivo-compulsivo y rasgos de personalidad dependiente, los cuales son evidenciados por su manía por Batman y actitudes subordinadas: si bien su objetivo es vencer e incluso asesinar a Batman, jamás le quitaría la vida ni dejaría que otro lo hiciera; es su némesis y, por lo tanto, lo complementa.
No obstante, es la psicopatía el más característico de sus trastornos y el que lo ha constituido como uno de los villanos más trascendentes del canon DC.
Mientras que el sociópata es ese individuo verdaderamente absorbido en sí mismo sin conciencia ni sentimiento alguno hacia los demás y para quién las reglas sociales no tienen ningún significado, los psicópatas son simplemente individuos moralmente depravados; depredadores violentos, decididos y planificados, imposibles de tratar y carentes de emociones.
Esta insensibilidad se refleja en su autonomía y audacia, evidenciada por su obsesión por el control y falta de ansiedad. Pretenciosos, metódicos y sádicos; su falta de temor los convierte en el instrumento de destrucción perfecto. No sólo codician las posesiones y el poder, sino que también sienten placer especial al usurpar o quitarle a los otros: la recompensa es mucho más sabrosa cuando se cosecha por medio del engaño.
Según la investigación, Joker posee los rasgos de una de las sociopatías más comunes: la carismática. Empleando sus virtudes y talentos, el psicópata carismático manipula y persuade de forma irresistible a sus seguidores, y los utiliza para aumentar su propio placer o mejorar su estatus. Es incapaz de inspirar o manifestar amor verdadero y es totalmente egocéntrico —lo siento, Harley—.
En ocasiones, el psicópata se identifica a sí mismo como revolucionario, relacionándose con el mundo a través del poder y afirmando estar del lado de los desafortunados o de los oprimidos; pero lleno de codicia por dentro, desea tener y dominar todo.
Esto último lo podemos visualizar en Batman: The White Knight, un cómic perteneciente a la nueva iniciativa de DC Rebirth, que cuenta la historia de un Joker supuestamente rehabilitado que tratará de enmendar sus errores y hacer de Gotham un lugar mejor mediante la política. Pero, si analizamos la historia del villano, comprobaremos que cada uno de los elementos característicos del trastorno ha estado presente de alguna forma en la construcción del personaje desde su primera aparición en Detective Comics #168 (1940).
La locura de Joker es imposible de curar. Primeramente, porque fue adquirida, desarrollada o, en el peor de los casos, justificada mediante un evento traumático que, además, dio propósito a la vida de Joker; pero también porque el Payaso Príncipe del Crimen no es más que el otro extremo de la moneda. Joker es la demente respuesta para otra locura: la locura de Batman.
Los desórdenes de Batman —entretejidos con su heroísmo y diluidos entre sus acciones— dieron nacimiento a un ser opuesto y complementario: sin Batman no habría Joker.
Ahora bien, si analizamos al Joker de Alan Moore, más específicamente al detonante que lo llevó a la locura, podemos sustraer la fórmula responsable de crear a Joker:
«Solo hace falta un mal día para sumir al hombre más cuerdo del mundo en la locura. Así de lejos está el mundo de donde estoy yo: a sólo un mal día».
Es por esto —y por todo lo evidenciado anteriormente— que la única cura a la locura de Joker sería la desaparición de Batman. Pero Batman jamás matará a Joker por sus códigos y Joker nunca terminará con la vida de Batman porque lo necesita; de esta manera, la locura de ambos se retroalimenta hasta el día que uno de los dos deje de existir.
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