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Varias investigaciones muestran que la mayoría de las personas que tienen esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión severa, entre otros trastornos mentales, no son más violentas. De acuerdo con la Fundación Kaiser, el 18 % de la población adulta de EE. UU. padece problemas mentales, de ellos y apenas un 3 % tiene acceso a servicios médicos especializados. Expertos aseguran que curar todas las enfermedades mentales sólo evitaría el 4 % de los tiroteos, aunque especifican: “Los enfermos mentales son más propensos a realizar actos de violencia si no están recibiendo tratamiento o medicación”.

Jeffrey Swanson, profesor de psiquiatría de la Universidad de Duke, explica que “la violencia con armas de fuego y las enfermedades mentales son problemas de salud pública que se cruzan en los límites, pero aclara que “entre esta comunidad es más alto el suicidio”. Miembros de la Asociación Estadounidense de Piscología recomiendan prohibir el uso de armas de fuego, pero a grupos de alto riesgo, como los perpetradores de violencia doméstica o las personas condenadas por delitos menores violentos.

Una encuesta de The Washington Post y ABC News en 2015 encontró que el 63 % del país opinaba que los problemas de salud mental eran la principal causa de las masacres; mientras que sólo el 23 % señalaba a la falta de regulación sobre el control de armas. “Esta encuesta promovió un estereotipo engañoso sobre una amplia población de estadounidenses al presentar una falsa disputa entre salud mental y política de armas. Cualquier solución implica profundamente a ambos aspectos, y mucho más”, opinó Mark Follman, editor del portal de noticias Mother Jones.

De acuerdo con The New York Times, la única variable que puede explicar el alto índice de tiroteos de masas en Estados Unidos es la cantidad estratosférica de armas. “Las cantidades sugieren una correlación que, a mayor investigación, sólo se hace más clara. Los estadounidenses constituyen alrededor del 4,4 % de la población mundial, pero tienen en su propiedad el 42 % de las armas del mundo. De 1966 a 2012, un 31 % de los tiradores que dispararon contra las masas en todo el mundo fueron estadounidenses”, según un estudio de 2015 de Adam Lankford, catedrático de la Universidad de Alabama.

Entonces, ¿por qué no tratar la violencia armada como problema de salud pública? Todo se remonta a 1996, cuando el Congreso aprobó la enmienda Dickey (la promovió Jay Dickey republicano de Arkansas) que prohibió a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades usar dinero en investigaciones para “promover o indagar sobre el control de armas”. Aunque su promotor reconoció que el retiro de la financiación para la investigación sobre las armas de fuego han afectado el conocimiento del país sobre la violencia armada, la enmienda no se puede levantar fácilmente. Daniel Webster, director del Centro de Políticas e Investigación sobre las Armas de Fuego de la Universidad de Johns Hopkins, explicó a New Yorker que, “si el gobierno federal señalara que la violencia con las armas de fuego es un gran problema, y dijera que hará una inversión a largo plazo para comprenderlo mejor, habría muchos más científicos involucrados y sabríamos mucho más que ahora”. Los científicos que han investigado el tema son pocos y tienen que buscar financiación de fuentes privadas.

Swanson concluyó: “Debido a que sólo una mínima proporción de personas con esta combinación peligrosa (armas y desórdenes psicológicos) han sido internadas por un problema de salud mental, la mayoría no estará sujeta a las restricciones legales que aplican a la salud mental y a la posesión de armas de fuego que exigen un antecedente de hospitalización involuntaria”.

El grave problema, según algunos de los cien investigadores que en 2016 pidieron aumentar las investigaciones sobre la violencia armada, es que no hay datos. “Si bien las muertes con vehículos se rastrean minuciosamente, no existe una base de datos para muertes por armas de fuego”, dice Webster.

John Snook, director del Centro de Defensa de Tratamiento, le explicó a The Atlantic que, “tienen casos donde no hay una conexión seria de salud mental, sólo hay un problema con esa persona. Esos son los casos en que las personas luchan por encontrar respuestas”.

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